Juan Manuel Rico. Ingeniero Industrial.

Mis inicios

Inicios

Nací en Málaga al inicio de un agosto de 1973. Recuerdo unos primeros años salpicados con días extraños, días donde no se podía ir al colegio: unas veces por inundaciones en mi ciudad, otras por algún famoso intento de golpe de estado en otras. Tras estos primeros años en el colegio, mi infancia se desarrolló entre bocadillos en el recreo, lecturas y manualidades en clase, deberes en casa y deportes los fines de semana... el hockey, mi favorito.

Desde muy pequeño, casi sin darme cuenta, sentí curiosidad por descubrir cómo funcionaban las cosas. Recuerdo desmontar una y otra vez todos mis juguetes... por supuesto siempre con el consiguiente enfado de mis padres, incluso llegando a prohibirme desmontar un juguete más si no quería perder los Reyes de ese año. Posiblemente esto hizo que no solo fuera cuidadoso al desmontarlos, sino a recordar cómo se montaban para no dejar «huellas incriminatorias del delito», no ostante, algún cable malicioso que sobresalía en un apresurado montaje, alguna que otra vez, me dejaba en evidencia con la consiguiente regañina.

Desde muy pequeño, casi sin darme cuenta, sentí curiosidad por descubrir cómo funcionaban las cosas.

Dibujar no se me daba mal y me pasaba horas y horas copiando y dibujando las fotos de los libros que circulaban por casa... incluídas varias enciclopedias de la fauna animal que «Círculo de Lectores» siempre ofrecía a un muy buen precio, lo que permitía rellenar estanterías y estanterías de los muebles de mi salón.

Por esos años recuerdo teclear repetidamente en una máquina de escribir, apenas con dos dedos... pero me maravillaba aquella endiablada máquina que sin saber muy bien cómo, no dejaba de atascarse en aquel extraño «punto de mira» por donde aparecían, una tras otras y mágicamente, aquellas letras que yo iba pulsando.

Recuerdo no solo copiar los dibujos de los libros... sino copiar los juguetes que año tras años salían en la televisión. Recuerdo con unos diez años hacer un juego de «Operación» en una caja de zapatos y un dibujo mal hecho de un gordo paciente, todo ello con apenas una pila, papel de aluminio, unas pinzas que le quité a mi madre del armario del baño y la bombilla que desmonté del «Super Cinexin» de mi hermana. Recuerdo llevarlo al cole y disfrutar con locura con mis amigos aquel logro de la tecnología infantil... también recuerdo el enfado de mi hermana y de mi madre al llegar a casa... enfado que hizo que la vida de uso de aquel juguete quedara en apenas unas pocas horas, pero el logro estaba conseguido.

Mis trabajos

Trabajos

Mi primer trabajo remunerado fue para mi como un juego. Contaba por aquel entonces con unos trece o catorce años, comenzó a interesarme la informática y pronto descubrí el potencial que el código máquina tenía en mi PC. Con apenas 512Kb de memoria, sin disco duro y una única unidad de disco flexible de 5' y ¼, el poder desarrollar pequeños programas en cientos de kilobytes era todo un logro.

En la oficina, donde mi madre trabajaba como auxiliar administrativo, habían unos cuantos equipos «potentes» para la época. Fundamentalmente se utilizaban para emitir las nóminas de la empresa. En el mismo despacho, un par de compañeros hacían de informáticos y se ocupaban de dichos equipos. Pronto comencé a visitar a mi madre con cualquier excusa para poder aprender de ellos y tener la oportunidad de acceder a la tecnología de aquel tiempo.

Con diecisiete años tuve acceso a la biblioteca de la Universidad de Arquitectura en Sevilla y extrañamente allí, descubrí un libro que fue como el «Santo Grial» para mi: "Guía MS-DOS 6.0" de Perter Norton. En él se describía con todo detalle el funcionamiento del sistema operativo, las llamadas a las interrupciones del sistema (la famosa «int 21h»), de la BIOS, del sistema de disco, de la tarjeta de vídeo... Pronto comencé a experimentar con todas ellas y con el código ensamblador, ayudado por el famoso «debug.exe» me permitieron «hackear» programas y juegos...

Una mañana en la oficina apareció un programa de fútbol: «Italy 1990» con unos estupendos gráficos EGA de 16 colores y unos sonidos espectaculares para la época, todos queríamos copiarlo. Desgraciadamente existía una protección anticopia y al copiarlo a otro disquete, el juego mostraba un mensaje y se cerraba. En ese momento lo vi claro, yo puedo intentar quitar la protección anticopia, me dije. Solo tenía que abrir el juego con el programa «debug.exe», buscar el salto condicional que mostraba el mensaje, cambiarlo y grabar las modificaciones en el propio disco. Nadie creyó que fuera capaz de hacerlo, pero lo hice. He de reconocer que tuve suerte, el primer salto condicional del que sospeché y tuve la oportunidad de cambiar, fue el correcto, un código JNZ por un JZ, apenas un byte en el programa, fue suficiente... todos rodeábamos la pantalla de aquel 286 y al pulsar el «enter» el juego se mostró en todos sus 16 colores. Los compañeros de despachos contiguos se pasaban medio incrédulos a ver este logro de adolescencia, ya no querían copiar el original... todos querían la copia modificada por mi.

Mi primer trabajo remunerado fue para mi como un juego. Contaba por aquel entonces con unos trece o catorce años, comenzó a interesarme la informática y pronto descubrí el potencial que el código máquina tenía en mi PC.

Estos logros llegaron a oídos del jefe de la empresa, por aquel entonces hubo un problema con el ordenador que tenía instalado el programa de contabilidad y aunque se disponía de la licencia del programa y un nuevo ordenador más potente en el que poder instalarlo, la compañía de software quería cobrar la nueva instalación a precio de primera. Un programa nuevo de contabilidad salía más barato. No había nada que perder, me ofrecieron intentarlo. Una mañana de sábado a las 7.05h de la mañana con mi PC de 512Kb pude quitarle la protección anticopia a todo un programa profesional de contabilidad. La llegada al lunes siguiente fue triunfal. Con el disquete en la mano, entrando por la puerta de la empresa, ya todos sabían que aquel disco magnético resguardado por aquella simple envoltura cuadrada de cartón era la llave de acceso a aquel maldito programa de contabilidad que tanto había preocupado y con él, un posible acceso a todos los datos y días de trabajo que se daban ya por perdidos. Aquel lunes fue memorable, hasta el más excéptico de la empresa ya me veía con otros ojos.

Tras estos escarceos vinieron logros más cercanos a una programación propiamente dicha. Entre ellos un sistema bajo COBOL para que los trabajadores pudieran fichar a la entrada, para ello cooperaba a la salida del instituto con los informáticos de la empresa. Ellos programaban por la mañana una gran parte de código en COBOL y yo, por la tarde, le hacía las modificaciones oportunas a sus programas, ya que en muchas ocasiones hubo que desviar las interrupciones de COBOL a mis propias interrupciones programadas en ensamblador. De esta forma era posible filtrar y modificar los códigos de las teclas de interrupción, algunas mayúsculas, bloquear el teclado numérico y demás pulsaciones del teclado que de otra forma el sistema COBOL no controlaba y siempre quedaban puertas abiertas que terminanban corrompiendo el sistema, dejándolo inutilizado hasta el día siguiente. Recuerdo como también fue necesario mostrar un reloj contínuamente en pantalla, su actualización se hizo independiente de la línea del programa principal (una especie de rudimentario multihilo en MS-DOS a base de interrupciones del reloj y otras modificaciones) y cada cierto tiempo, por supuesto, enviar la orden para apagar la propia pantalla y así evitar que se quemara el tan delicado fósforo verde del monitor CRT.

Estos fueron mis primeros trabajos remunerados y de los que guardo un mayor y más grato recuerdo. Eran tardes de puro aprendizaje, los descubrimientos eran diarios y las dificultades muchas, pero así mismo las soluciones aportadas debían ser ingeniosas e imaginativas para lidiar con todas las restricciones de los equipos de aquellos años. Más tarde, terminada la selectividad, abandoné todo y me trasladé a Sevilla para comenzar una nueva etapa en la Universidad. Tras unos años y a mi vuelta a Málaga, sin aún terminar la carrera, seguiría trabajando como programador en la empresa Novasoft. La empresa estaba en plena expansión y de una forma o de otra, llegaron noticias a dicha empresa y terminaron contratándome para la nueva división de Ingeniería, todo esto sin tener aún el título y estudiando los ratos libres de los que disponía (por aquel entonces había dejado la carrera de Arquitectura en Sevilla y estaba entre segundo y tercero de Ingeniería Industrial en Málaga). En dicha división de la empresa Novasoft nos encargábamos de mantener los equipos de nuestro principal cliente: la empresa «Atlinks-Thomson», que por aquel entonces se dedicaba a los teléfonos llamados «semi-públicos». Eran todos aquellos teléfonos públicos que no estaban en plena calle, sino en un bar, un centro comercial... siempre con sus llamativos colores fluorescentes.

Eran tardes de puro aprendizaje, los descubrimientos eran diarios y las dificultades muchas, pero así mismo las soluciones aportadas debían ser ingeniosas e imaginativas para lidiar con todas las restricciones de los equipos de aquellos años.

Desde la empresa llevábamos el mantenimiento de equipos de Telefónica España, Argentina, Perú, Portugal... todos bajo un sistema desarrollado en Málaga: el «Sistema Jábega» se llamaba, un entramado complejo de equipos donde varios sistemas operativos, bases de datos y programas en entorno Web, junto con rudimentarios programas en Visual Basic 5.0, cohexistían para obtener datos de recaudaciones, averías y demoras en los teléfonos «semi-públicos» de Telefónica.

Yo ya había tenido cierto contacto con el sistema operativo «GNU/Linux», pero en esta ocasión los centros de comunicaciones usaban un «RedHat 6.0» y empecé a enfrentarme seriamente a él. En aquel entonces era prácticamente necesario instalar uno o dos nuevos equipos diarios para algún Centro de Comunicaciones en España, con lo que se me dieron todos los errores posibles en las instalaciones del famoso «RedHat 6.0». Comencé a manejar grandes bases de datos con millones de registros y sus comunicaciones entre ellas. Descubrí por aquel entonces las bases de datos de «Oracle», que en España se usaba para el servidor central y que finalmente se comunicaba con las bases de datos «MySQL» que funcionaban en los distintos Centros de Comunicaciones repartidos por España. Estos se usaban para recopilar los datos que todas las noches volcaban los teléfonos vía módem. De la misma forma se entregaban las distintas versiones de la ROM para los modelos de teléfonos que necesitaran una actualización, ya fuera en tarifas o por restricciones en la marcación.

De esta primera época recuerdo los continuos viajes a Madrid. Particularmente me asignaron parte del mantenimiento de España y la concentración de diversos Centros de Comunicaciones, ya que la estrategia de comunicaciones de Telefónica había cambiado y era preferible disponer del mayor número de equipos posibles en una sala acondicionada y preparada para ello. De la segunda etapa, en la que además de España debía dedicarme al mantenimiento de los equipos de Argentina, recuerdo las diarias peripecias necesarias para conectar con los distintos servidores extranjeros mediante una conexión segura por internet. Sobre todo recuerdo un viaje de locura... un viaje «deprisa y corriendo» a Argentina. En plena crisis y con el «corralito» recién estrenado. El servidor había caído y todo el sistema central que iba bajo un soporte en RAID5, quedó «fulminado», con lo que se necesitaba una instalación completa y desde cero lo antes posible. Una semana de trabajo, de locura, sin apenas dormir y con los problemas de intentar hacer funcionar un software prácticamente obsoleto en una máquina recién desembalada y cuyos «drivers» del fabricante únicamente venían para un antiguo «Windows 98» y que yo debía adaptar a un sistema «Solaris» (una versión un tanto especial de Unix). Recuerdo, casi entre sueños, los ruidos de la Avenida Corrientes, bajo las ventanas de la central de Telefónica en Argentina. Avenidas y calles repletas de personas blandiendo cacerolas, sartenes y demás utensilios de cocina. Golpeándolas y paseando su indignación por el continuo cierre de bancos que les impedían sacar sus propios ahorros... En realidad todo aquel viaje lo recuerdo como en un sueño nebuloso.

A mi vuelta de Argentina, me encontré de lleno con que Novasoft estaba en plena reestruccturación. La división de sanidad, que era la división que más había crecido durante estos años y que, en gran medida, soportaba al resto de divisiones, fue vendida a una empresa australiana, «iSoft». De la noche a la mañana, casi la mitad de la plantilla ya no se encontraba con nosotros, los puestos que antes faltaban en el nuevo edificio recién estrenado del PTA, ahora sobraban por todas partes. En ese momento comprendí que, o me hacía valer ante mi jefe o me terminaría quedando encasillado en aquel puesto de locos sin ningún futuro cierto. Muy cortesmente pregunté por mi futuro en la empresa, me dijeron que no contaban conmigo para ningún puesto mejor remunerado y entonces decidí buscar cualquier otro empleo en el que se me valorara mejor. En un par de semanas un amigo me habló de que la distribuidora oficial de Sharp en Málaga estaba buscando técnicos de fotocopiadoras. Yo apenas sabía nada de fotocopiadoras, creo que únicamente había desmontado una fotocopiadora en mi vida, pero no me lo pensé dos veces, me presenté a la entrevista y tras unos días me llamaron para contratarme. Avisé a mi jefe, avisé a la empresa, quince días de rigor para pasar el testigo del mantenimiento de España y Argentina a mis compañeros y en apenas una semana pasé de estar sentado en una oficina tecleando en un ordenador y viajando en avión por España y el mundo, a estar moviéndome en moto por el centro de Málaga reparando fotocopiadoras lleno de grasa y tóner. No echaba de menos nada, quizás la tranquilidad de llegar a casa para poder estudiar al menos un par de horas, pero nada más.

[..] en apenas una semana pasé de estar sentado en una oficina tecleando en un ordenador y viajando en avión por España y el mundo, a estar moviéndome en moto por el centro de Málaga reparando fotocopiadoras lleno de grasa y tóner.

Apenas un año más tarde y aún trabajando para Sharp, el teléfono suena y me requieren desde Cofaran, han cambiado una parte importante de la automatización del almacén y necesitan a alguien que pueda ayudar en el mantenimiento y ajuste de equipos. «Knapp», la empresa austriaca encargada de la automatización del almacén, a requerimientos de uno de los ingenieros de operaciones, ha ampliado con nuevos equipos la automatización, con lo que se ha llegado a un 92% en la automatización total del almacén, pero cómo contrapartida coexisten antiguos equipos comunicados por puerto serie con sistemas OS/2 de IBM, equipos bajo Windows comunicados por ethernet y ahora con nuevos equipos bajo GNU/Linux comunicados en su mayor parte mediante wifi.

Las nuevas circunstancias hacen que se necesite a un nuevo empleado en el turno de tarde para el equipo de mantenimiento, el sueldo es bueno, mejor que en Sharp y además se trabaja en turnos continuos por la tarde, con lo que dispondría de las mañanas para estudiar y terminar mi carrera de Ingeniero Industrial.

Hablo con mi actual jefe de técnicos y comprende la situación. Mi nuevo trabajo se aproxima más a mis conocimientos en robótica y electrónica industrial para los que he estudiado. En Cofaran realizo trabajos de todo tipo, desde mecánicos, eléctricos y electrónicos de mantenimiento, hasta pequeñas incursiones en temas de calidad y organización industrial.

Aprendo mucho del trato con los compañeros del almacén, compañeros que yo veo como «mis clientes» ya que mi misión principal en horas puntas es que la cadena de producción no pare, reparando equipos, atendiendo solicitudes desde el teléfono, que iban desde reparar un «shuttle» del «OSR», hasta organizar etiquetas, impresiones de albaranes e incluso sustituir los tóner necesarios en las impresoras de línea, todo para que la producción no parase y se entregaran todos los pedidos por salida de ruta.

Tras el primer año, en el que fundamentalmente se ejerce un trabajo de puro «ajuste» entre las antiguas y las nuevas automatizaciones, el segundo año se realizan incursiones en el conocimiento en profundidad de los diversos automatismos de «Knapp», que hasta entonces eran simples «cajas negras» para nosotros.

Al estabilizarse más el sistema y tener más controlada la producción diaria, más tiempo tengo para «juguetear» con los automatismos instalados, consigo entrar en algún que otro equipo hasta niveles de superusuario e investigo la forma de programar y automatizar de los austriacos. Aprendo mucho en esta etapa, sobre todo en los procesos reales que hacen que la automatización en el almacén funcione y la forma que tiene de evitar los cuellos de botella. Todo este conocimiento del sistema de automatización lo empleo para resolver de forma más eficiente las dificultades que, hasta entonces, siempre se solucionaban de una forma un tanto burda y sin saber muy bien el porqué. En este segundo año siento que hago ingeniería «de la buena» y me encuentro muy orgulloso de mi trabajo en la empresa.

Mis estudios

Estudios

Mis estudios se remontan a lo que antes se conocía como colegio público, «C.P. García Lorca», donde cursé los ocho años de lo que antes se conocía como educación general básica (E.G.B.), a este colegio se remontan mis primeros estudios ya lejanos, allí disfrutaba con la asignatura de «pretecnología», donde las matemáticas y las ciencias en general eran mis favoritas. Allí decidí optar por una formación más académica y terminada la E.G.B. pasé a un instituto («I.B. Vicente Espinel») donde cursé el conocido como «bachillerato unificado polivalente» (B.U.P.) y el «curso de orientación universitaria» (C.O.U.), cuatro años que, junto con el examen de «Selectividad» me permitirían acceder a estudios universitarios.

Durante estos cuatro años y con la elección de asignaturas de «ciencias puras» para completar mi formación, cada vez tenía más claro que mi futuro estaba encaminado hacia la universidad y más concretamente, hacia una «Escuela Técnica Superior». Desde pequeño siempre me fascinaron los aviones, motores y mecanismos asociados a ellos pero, por otro lado, las visitas a la empresa donde trabajaba mi madre y el contacto con profesionales de la informática, que recordemos que se estaban produciendo por aquella época, me hicieron replantearme un sinfín de opciones. Ahora también encontraba fasciante aquellas cajas con circuitos electrónicos que además me permitían programar y «simular» un rudimentario perfil de ala en mi pequeño monitor de cuatro colores (recuerdo ahora con cariño aquel monitor de PC, avanzado para la época, donde el fósforo verde dio paso a unos fabulosos cuatro colores, la famosa Color Graphics Adapter de IBM, la tarjeta CGA). En esas me debatía cuando, el año en que terminé C.O.U. (1991), implantaron en Málaga la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales, apenas 75 plazas. Creo recordar que viajamos en coche a Madrid, el único lugar de España con una Escuela Técnica Superior de Estudios Aeronáuticos, a Granada para la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos y finalmente a Sevilla, donde como primera opción puse la Escuela Superior de Arquitectura, simplemente porque aparecieron los famosos «distritos compartidos» en la normativa de la Universidad, con lo que en Industriales de Sevilla, si no estabas empadronado en la ciudad y en tu ciudad de origen ya existía una Escuela que impartiera los mismos estudios, entrabas en un cupo de «distritos compartidos», es decir, competir a nivel nacional por las mismas 75 plazas que existían en Málaga. Arquitectura disponía de 3000 plazas y era prácticamente un valor seguro en caso de que todo lo demás fallase. Finalmente ese año, debido a mi baja nota de selectividad (6.43) todo falló y únicamente me admitieron en Arquitectura.

Viaje a Sevilla, búsqueda de piso para compartir y comenzar los estudios de Arquitectura. En ese año que estuve en Arquitectura nos pasó por encima la «Expo del 92», recuerdo horas y horas dibujando todo tipo de edificios por Sevilla, en particular, recuerdo dibujar decenas de los pabellones que se encontraban en construcción en «La Cartuja», por aquello de que era la arquitectura de vanguardia. La experiencia fue excelente, pero cada vez estaba más y más apasionado con la electrónica y la informática, me daba cuenta que de estos temas en Arquitectura iba a ver poco por mucho tiempo, así que aún habiendo aprobado la asignatura con mayor carga lectiva de la Escuela de Arquitectura y ahora que ya estaba empadronado en Sevilla, decidí cambiar y probar suerte con la «Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales», un edificio en la misma acera pero unos cientos de metros más abajo de la «Avenida Reina Mercedes». Tuve suerte y en esta ocasión, ya como residente en Sevilla, me admitieron en el cupo general y pude matricularme.

Ese mismo año, viendo que necesitaba una vía de escape para los pocos momentos de ocio de los que disponía, decidí apuntarme a alguna actividad cultural. El cartel me llamó la atención, me gustaba el cine y decidí asistir a la primera reunión de los miembros del Cine-Club. Allí encontré un ambiente estupendo entre compañeros de distintos cursos, cada cual te aportaba su experiencia personal y te trataban de igual a igual a pesar de mi juventud y de ser un «recién llegado». Guardo muy buenos recuerdos de aquel Cine-Club universitario donde disfrutaba tanto proyectando películas, como dialogando con los compañeros, organizando revistas y bandas sonoras, realizando pequeñas tareas de organización y nuestros memorables premios a la «porra de los Oscars».

Ese mismo año, viendo que necesitaba una vía de escape para los pocos momentos de ocio de los que disponía, decidí apuntarme a alguna actividad cultural. El cartel me llamó la atención, me gustaba el cine y decidí asistir a la primera reunión de los miembros del Cine-Club.

Tras varios años en Sevilla y una vez completadas las asignaturas del primer curso, surgió la posibilidad de entrar en la Escuela de Industriales de Málaga. La Escuela de Telecomunicaciones se trasladaba al nuevo Campus de Málaga y aumentaban las plazas para el ingreso en la de Industriales. Eché la solicitud en Málaga y finalmente en 1996 me admitieron. Cambio de ciudad una vez más y retomar los estudios en una nueva Escuela, con la ventaja de que en Málaga los planes de estudios eran diferentes e incluían la especialidad de «Electrónica y robótica industrial», a ello me puse. Las mejores notas las obtenía siempre en las asignaturas optativas y fue en las de «Electrónica básica» y «Electrónica digital» donde destaqué y tras un sobresaliente y una matrícula de honor, me llamaron desde el Departamento de Electrónica y me ofrecieron la posibilidad de trabajar con ellos y realizar horas tutorizadas en el laboratorio, me encargaría también de organizar el laboratorio para los alumnos, lo que me daría experiencia y créditos para la carrera. Acepté y durante un par de años realicé distintos proyectos para el departamento y varias empresas externas, entre ellas un pequeño proyecto con microcontrolador integrado que realizamos para la empresa «Acerinox» de Algeciras.

Aunque el trabajo en el laboratorio me encantaba, esos dos años me retrasaron mucho en los estudios en general, así que decidí dejar el puesto de becario en el departamento y centrarme en las asignaturas que tenía por aprobar. En estas estábamos cuando en Málaga sucede un nuevo cambio de plan de estudios, desaparece mi especialización de «Electrónica y robótica industrial» y la especialización pasa a ser una carrera de segundo ciclo. A pesar de tener casi completas todas las optativas de mi especialidad, no puedo acceder a dicho segundo ciclo por no tener terminado el primer ciclo completo de Ingeniería Industrial, con lo que soy «reciclado» a esta nueva titulación y mis optativas aprobadas son convalidadas ahora por otras asignaturas, pasando a ser ahora un título sin especialización o intensificación en electrónica. Mi desilusión es completa. Me veía atrapado en una titulación que, si bien era de mi gusto, no me dejaba desarrollar mis nuevos conocimientos adquiridos en estos años y que tanta ilusión me hacía desarrollar. Veía como temas complejos, que implicaban hasta tres asignaturas de distintos cursos, como robótica o visión por computador, se me quedaban a la mitad y me imponían como obligatorias asignaturas como «Teoría de máquinas» que formaban parte de otras ramas de la antigua titulación y que yo retomaba ahora a la mitad de su desarrollo. Entre tanto, el trabajo en Sharp consumía mi excaso tiempo y aunque nunca dejé de matricularme, había años en los que únicamente pude aprobar dos o tres asignaturas por curso.

A lo largo de estos años y simultaneando con la carrera y el trabajo, puede realizar diversos cursos (Programación de aplicaciones en Java, voz IP sobre Asterisk, Desarrollo en plataforma .NET de Microsoft, etc.), pero fundamentalmente y por comodidad con el tiempo del que disponía, fue una etapa autodidacta, donde un incipiente crecimiento de los recursos de Internet y el gran desarrollo de un sistema operativo de libre acceso como es «GNU/Linux» aumentaba las posibilidades de aprendizaje desde cualquier lugar donde te encontraras. De esta época son mis distintas pruebas y experimentos con las variadas distribuciones que existían, mis estudios en administración de redes, que luego aplicaba en casa con los distintos ordenadores que se quedaban obsoletos para trabajar en Windows, experimentos en electrónica de control y programación orientada a objetos... tanto que aprender.

Mis aficiones

Aficiones

En la época en la que la única tecnología a la tenía acceso era un lápiz, unos colores y un papel, mi única afición era el dibujo y la pintura, incluso en mi época de bachiller hice un par de cursos monográficos en la Escuela de Bellas Artes de Málaga; luego se cruzó la informática en mi camino y el tiempo que antes le dedicaba al dibujo, ahora lo compartía jugando y haciendo pequeños programas para mi ordenador, el dibujo pasó a ser una herramienta para poder realizar esquemas y dibujos que luego intentaba plasmar en un pequeño programa de «QBasic». El deporte no es que sea mi fuerte, pero en mi infancia me encantaba jugar al hockey, aún hoy día guardo los viejos palos de hockey de aquellos años. Hoy, cuando hace un buen día, el único deporte que hago es preparar la tabla de windsurf e intentar mantenerme el mayor tiempo posible sobre ella, o bien, en invierno, si me es posible, subir a Sierra Nevada y bajar alguna que otra pista roja.

Otra afición que tengo y que siempre he querido desarrollar, aunque confieso que lo hago fatal, es la música. Durante una temporada incluso llegué a comprarme un violín y tocaba horas y horas por las tardes. Aunque lo disfrutaba, todo se resumía en: «ningún avance apreciable».

A día de hoy, los pocos ratos libres de los que dispongo los dedico a ver alguna película y rememorar mis tiempos de «cineclubcista», programar aquel código que no conseguí terminar o intentar sacar algo de aquel circuito electrónico que no pude echar a andar en su día.

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